miércoles, 25 de diciembre de 2013

- Guajira -


   Alivio. Lo primero que sentí al aterrizar en el aeropuerto de José Martí. Los ojos rojos y el estrés aún no superado de volar, se sumaba a las 16 horas de espera en el aeropuerto, las otras 17 de viaje desde la profundidad de la Amazonía Ecuatoriana y la desilusión de perder mi enlace al oriente. Casi nà y un suspiro del tamaño del Chimborazo.

   Si las mujeres tienen un sexto sentido y las gallegas un “aquel” de meiga, ambas intuiciones “gourmet” me aconsejaban que me fuera de Cuba. Después de pelear tanto por llegar allí, sentí repleto el saco de impedimentos, ya todo me sabía peor que la idea de volver a mi rinconcito en el sofá de la sala de estar, al calor de la familia. Al fin y al cabo respeto la idea de Karma y, aunque me fastidie admitirlo porque creer en el destino sustrae libertad de acción, rumiaba la idea de que “hay cosas que no están para uno”.


   Salí belicosamente del avión, quería compensación, rembolso, un café; me despedía de los pasajeros a los que el retraso monumental me dio la oportunidad de conocer… cuando dos geniales muchachas colombianas me admitieron como animal de compañía, las seguí al hostal que habían reservado, por si había una camita libre para mí, aunque a esas alturas con media me llegaba.

 El trayecto, amenizado por un taxista conversón y sonriente, por la ventana los primeros Plymouth, los primeros cartelones con máximas revolucionarias... decidí que contaría todas las imágenes del Che que encontrara en un día. Nunca terminé la enumeración, cada casa, cada bar, cada esquina era escoltada por la intensidad de las facciones de Guevara.

Los primeros días, recién acostumbrada a llenar mi discurso de prudente latinidad, con el suave paladeo de los “discúlpeme”, “perdone que lo moleste” o “perdone que le robe un minutito de su tiempo”, me sorprendo al escuchar de nuevo las palabras chasqueantes, que golpean al hablante, directas, apuntaladas por sus miradas de cuero, de café, de caña en un “qué tú quiere?”, o en un “Ey, España! Te lo dejo barato pa’ ti!”.


   La Habana merece una entrada en exclusiva, que recoja los colores, el bullicio, las risas, la música que cada casa ofrece a sus vecinos a través de sus puertas siempre abiertas, charlan tres mujeres de carácter nudoso, se oyen ruidos inidentificables por su variedad y procedencia, que forman el folclore cubano. 


Quisiera dar una imagen de desorden, de casas al borde del derrumbe, la fragilidad de una arquitectura grácil y colonial, sin embargo, viva, llena con las personas que habitan en ellas, ígneas vecindades, que lo mismo discuten o se aman, efervescentes y voluptuosos, con tres argumentos en cada diente y dos piropos en la retaguardia. Los escalones son tableros de ajedrez, mesas de dominó callejero, una calle en ruinas desemboca en una estatua cubierta de andamiajes, y te enseñas al “por qué no?” y a la diversión de que no todo ha de poseer un sentido, al placer de las contradicciones.


  El paseo, a dondequiera que uno lo dirija, irá acompañado de “taisi, leidi?!” si se camina sola o “taisi, amigo”, si no; en, calles, plazas, casas, parques o arenales, recién bajado de un taxi, o todavía montado él! … por si acaso ;) En cualquier rincón, expertos oradores vendiendo sombreros de viva voz, en un susurro la langosta, con dos voces y dos precios, para el “yuma” o el “compañero”.  Al paso, un repertorio de sonidos y mensajes como “mami”, “mango” “guau, guau”, “bonita”, “jaguar llu?”, "tch, tch", "hoy es mi día de suerte", “eres una flor”, “princesa”, “ay, que me desmayo” o incluso más elaborados, como “tienes más curvas que la carretera de Cienfuegos a Camanayagua”, sin indiferencias.


En cada calle, tras carteles artesanales los Paladares criollos, reciente y valiosos recurso:  Pizzas y paellas rellenos de cubanía, moros y cristianos, congrí, tamales, ajiaco, cerdo (cómo no), pollo, batidos de mamey, fruta bomba, guanábana, no importa cuál, una refrescante delicia, dulcísimos helados, pasteles y flanes.


  Comercios con estantes huérfanos. “Hoy hay arroz?” en vez del familiar “Póngame doscientos gramos”, sutilmente diferente, comienzan sus frases, acostumbradas a que falte de todo menos palabras. Todo con su consiguiente arreglo, máquinas de latir soviético, audazmente armadas por mentes despiertas de café con chícharos.

Moverse en Cuba es cuestión de estilo: máquina, guagua, tren, caballo, taxi, camión, carreta, bici, coche o a pie con ritmo danzón. El camión es comunidad hecha transporte, parando si el motor se recalienta,  siempre a tiempo de compartir ideas con el viajero más próximo.


Así, todo transcurre entre ellos con una tranquilidad que se columpia al vaivén de una mecedora que nunca falta, para desesperación de los turistas, o “minuteístas”, monoteísta becerro dorado del tic-tac, dueños del tiempo o esclavos, depende…s. En todo caso las filas amaestran paciencias, languidecen miradas y avivan labias de bocas carnosas. 


  Las noches provocan ritmos, y aquellos al placentero diálogo anatómico, gallardo, puro hedonismo en pentagrama, musical lujuria, la más casta ya que no interesa el cuerpo sino el movimiento: al son, rumba, merengue, chachachá, cubatón o salsa para los más bailones. Ingenios animados al ron, extranjeros embriagados en los precios del Havana Club o los mojitos, solo esta noche a precio especial a 1.50, hechos con sabor. Si no, ron con piña colada de Tetra Brick, neveras en moneda nacional, que no enfrían Bucanero ni Cristal.

No me fui. No sin antes perderme en Viñales sin visitar nada “importante”, despistar jineteros, inventarme otra identidad en Cienfuegos (personaje que por cierto no entendía el español), frecuentar el malecón...



...bailar hasta quedarme sin pies con “Oswaldos” o “Marcelinos” ya retirados, ver como estafaban muchísimo a los “demasiado guiris”, encontrar un nido de colibrís en las cascadas del Nicho...


...soportar a un cubano ofreciéndome un monólogo particular interminable acerca de sus teorías revolucionarias sobre la infidelidad, bañarme en aguas de color turquesa sin tener frío al entrar ni al salir...


... descalzarme para llegar a casa en Trinidad por una inundación...


... pasar lista de los mismos turistas ciudad tras ciudad, las panzadas de barquillos de sabores y de comida criolla...



No sin antes conocer a personas muy especiales con las que compartí mis días, mis noches, que realmente saborean el viajar, me enseñaron que estamos más unidos por este espíritu que por la cubierta de nuestros pasaportes.





 Una de las mayores alegrías me la llevé al ocaso de mi estancia, entre calada y calada de un cigarro plantado en una cara tallada de arrugas, de quien escuché el mejor de los souvenirs que me podría haber llevado, la frase:  “para morirme tengo primero que estar vivo”.


Afortunada y llena de vida, así me sentí en aquella isla del Caribe, así espero sentirme por mucho tiempo más.

¿Bailamos?


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Me "Des-Quito"


Cada mañana el pavo que grazna, gorgoja y grita, picotea mi ventana a las 6 y 20 de la mañana, con precisión. Sin embargo hoy no me ha quitado el sueño, lo llevo todavía puesto.

 
Vías tranquilas de mujeres constantes, con sus larguísimos cabellos de aguacate y agua de selva, tropicales sirenas con “guaguito” al ristre, siempre, estoicos semblantes de tagua tallados en brasas de sol.


Endulzando el día con guayusa, arroz a raudales y asado en domingo, paseos al río o a la cascada, morada de Arutam, dios de los dioses, naturalmente. Tantos Shuar que andan a mi lado mientras olvidan su raíz a cada paso, apenas se delatan ya por su mirar rasgado, quizás menos terso que sus lampiños brazos.

Para saber dónde está, no importa qué, cómo, dónde ni cuándo, contestan “p allá” con un gesto vago, mirando pasar mi reflejo de gringa, sabiendo que tenemos un dólar en mano, sin tener claro si en España  se habla, o no, el castellano.

Y en un baile armonioso que trazan los cuerpos, bailan y es terapia. Yo, que me muevo, parezco más bien… una guardada tilapia :P jejejej


Caen noche y lluvia parejas, en una tormenta de rayos de luna. Entiendo que los poetas la apoden lucero, tan clara la leo en el oscuro cielo.

Tan fácil sería que los patos encontraran el eco en mi hueca cabeza como yo el eureka, con la solución para un occidente humano. Nuestras manos tan vacías y tan solteras, de poder y comunidad, que guarda sin anillos un tesoro, en un humano apretón, caricia o bofetada. De todas ellas aprendemos un efímero contacto.

Sin tiempo para soluciones, una voz potente y masculina me retrae del maravilloso caos de raza y contradicciones, con un: “servidos señores!”. Todavía me despierto a tiempo, pero sin rimas que expresen el sentir de este periodo de mi vida pasado, para contemplar cómo se agranda en mis ojos  el aeropuerto de Guayaquil.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Survivor

Sigo viva, a pesar de todo.

Y con todo me refiero a darme cuenta justo antes del último bocado de que la guayaba que me estoy comiendo está llena de gusanitos blancos, del completísimo hábitat que puebla mi cocina por las noches, de comerme un pescado zombie que había venido andando desde la costa (y sigue dando "molestosos" coletazos dentro de mi estómago),



...de olvidarme de hervir el agua para lavarme los dientes, de sobrevivir a la explosión de una ducha, de cerrar la puerta en las narices a los rayos te vienen a golpear a la puerta, de viajar por carreteras aaaaltas en empresas de autobuses que se accidentan día sí y día no, de probar helados de carrito sin morir en el intento...


… ahora siento que, sin necesidad de cicatrices, tengo cierto prestigio vital o un no se qué. Un "aquel" dos galegos.

El prestigio te lo dan pequeños actos de valentía, como aceptar una Chicha. De hecho, es descortés no hacerlo, más que un corte de mangas o que felicitar un embarazo a alguna mujer que solo está gordecha. Esta de la que os hablo es una bebida caldosa  fermentada, bien espesita y tibia que se hace de una manera bastante peculiar (dada nuestra concepción occidentalizada de fabricación de alimentos): las mujeres Shuar mastican el ingrediente base, como la yuca o la chonta y lo van escupiendo todas en un barreño que luego dejan a fermentar a placer. Luego tú te lo bebes, con cuidado porque emborracha. Es más sencillo de explicar que de tomar, pero prejuicios fuera, de sabor no está nada mal ;)


Es más, creo que a veces son las contradicciones las que hacen de mi estancia una cueva del tesoro de saberes. Allá, esperar dos segundos con el semáforo en verde sin pegar un pitido monumental es paciencia. Aquí no es virtud, ya que la vida anda tranquila, calmada y colmada de filosofía, sin tener que quedarse uno calvo del estrés. 



Como las colas para llegar a la ventanilla de los bancos, las vías para coches con tantos carriles como les apetezca a los conductores, o los perros echándose una siesta en el medio de la carretera, estoicas estatuas peludas que, a lo peor y con esfuerzo, levantan una oreja al ver el todoterreno aproximarse.



Grandes tertulianos en el asiento delantero de cada taxi, en la república del cacao pero vamos a Europa a conseguirlo, que la gasolina sea más barata que el agua y el vino más caro que un perfume y que los plátanos tengan más nombres que un señor de la nobleza (verde, maduro, guineo, banano…).


Que las meriendas sean cenas y que la única hora que valga sea la ecuatoriana, que puede coincidir o no con el reloj de Greenwich. Creencias ancestrales más firmes que las lanzas Shuar que aún se ven en las calles de cantones poco aledaños al tráfico de influencias.

La Iglesia inunda las conciencias, sus palabras todavía van a misa y hacen eco en las bancadas llenas de fe, en las creencias de acero inoxidable que un día fueron sabiduría de selva, de instinto, de humanidad natural que inventa historias para apropiarse del universo. Hoy los cuentos son pasto del espíritu ancestral, del cordero pascual, del padre puede que todavía, del hijo ya y por siempre, nunca jamás. Olvido. Atención y liturgias entre esperpénticas luces globos coloreados, pero aún pescando pecados, sin que se multipliquen los panes, cómo alimentan así el alma? Sin- sentidos a cal y canto ante la vida terrenal.

Raíces silenciadas ya bajo tierra, la palmera proyecta, entre luces y sombras su figura esbelta y frágil.



En aquella mirada anciana, que acaricia y acoge, agradecida de no haber pasado desapercibida, descubro los ojos de mi abuela, de historias contadas por lenguas muertas, cantos a una identidad que se reencarna en juventud, hipermétrope y esperanzadora.



Mientras, la lluvia cae inclemente a los menudos pasos de niños, uniformados, ajenos a una tierra propia, a una sangre entorpecida por la prohibición del ser, prosiguen su marcha en estos borrosos, embarrados caminos de asfalto y otredades.





domingo, 13 de octubre de 2013

Hay un galego na "jungla"




  Según Bruce Willis las hay de cristal: Bruce Willis no tiene ni idea. Son de madera.

Y es que hay muchas cosas que nos cuentan de la selva que son mentira. Claro, como queda tan lejos, a ver quién es el valiente que va a contrastar la información. Aun carente de arrojo, pero con ánimo de aventura, decidí ver con qué me topaba.

 Me encuentro en una posición complicada, veréis: quisiera transmitiros todo lo que he experimentado a lo largo de mi día, pero, la verdad, llevo más de 10 minutos en trance delante de la pantalla en blanco, y a pesar de que ya me empiezan a picar los ojos (es lo único que quedaba por picarme, los mosquitos, el pelo y la nariz ya estaban en ello) no me decido a empezar.

La excursión la empezamos desde San Isidro, un pueblito muuuy tranquilo cerca de Macas (el cabecero del cantón Morona de Ecuador), que es donde vivimos y del que ya os hablaré en su momento. Jordi, (hoy interpretando a “George of the jungle”) me padeció todo el camino, qué remedio le quedó al pobre. En fin, de camino a la estación de autobuses conocimos a una sonriente mujer que de una (inmediatamente en ecuatoriano) me invitó a su casa a hacer empanadas de viento (remito a entradas anteriores) al día siguiente. Los que me conocéis sabéis que a menos que me encuentre en fase aguda de mononucleosis me apunto a cualquier plan que tenga que ver con “papeo”, así que acepté de mil amores. Todo sería maravilloso si la señora Mercedes me hubiera dado su dirección. Cuando me di cuenta del detalle, me quedé como un enamorado a primera vista: suspirando por un nombre pero sin más señas.

Ahogué mis penas en un pan con chocolate ya subida al bus camino de Buena Esperanza, la comunidad de donde partía la caminata. Nuestro guía, Rafael, atentamente nos recibió en su casita de madera para que nos pusiéramos cómodos y nos cambiáramos el calzado. Revisamos la mochila: Crema de sol, gorrito caqui de camuflaje (nunca se sabe), poncho de agua (chubasquero de toda la vida), spray anti mosquitos en cantidades industriales, agua de la que no esfurrica… y la cámara en ristre, por supuesto. 



Machete al hombro de nuestro guía y ya estábamos listos para zarpar. Os aseguro que andar por la selva no es algo baladí. Y menos si las katiuskas de plástico que te han prestado son de 2 a 3 números más grandes que tu pie. Es como andar con aletas por la arena, pero con más barro, hojas y animales peligrosos. La lluvia tampoco ayudaba. Por suerte conté con un fiel acompañante, Numi (palito en Shuar), que me ayudó a subir raíces, bajar barrizales y cruzar troncos musgosos.


Otra falacia es acerca de los animales. Las serpientes no se parecen, ni haciendo cirujía, a Khaa del libro de la Selva. Tampoco te enseñan a vivir mejor, creo que son más bien…letales. Nos encontramos a una durmiendo “enroscadamente” (no sé si plácidamente porque no me atreví a molestarla), y Rafael nos contó que en caso de que nos mordiera no había antídoto hasta Quito, pero que uno no llegaba vivo si esperábamos tanto tiempo. Así que serpiente 1 – turistas 0, abrimos camino por otra parte para no darle motivos de enfado a nuestra ofidia durmiente.



Todavía estaba buscando a mi adrenalina (había salido disparada), cuando oigo algo que parecía un helicóptero muy cerca de mi oído. Resultó ser un tábano, bueno, mejor dicho, el padre de todos los tábanos que hay en Europa, de lo grande que era. Debía de oler un poco a oveja (ya sabéis que va al ganado) porque me estuvo rondando, rondando, hasta posarse sobre mi panza. Yo ahí descubrí el aprecio que le tenía a mis chichitas, era cuestión de segundos que “plin” me picara. Pero allí estaba Rafael, salvador por segunda vez, que un rápido movimiento, agarró al insecto y, sin matarlo, con el propio aguijón perforó la enorme hoja de una planta y lo insertó ahí, con el culo en pompa, donde se quedó castigado zumbando.

A todo esto, nuestro guía caminaba como pedro por su casa mientras nos enseñaba palabras en Shuar, nos daba a probar plantas y nos contaba sus propiedades, nos hacía oler árboles y hojas y nos contaba historias de animales. Se sabía todas las raíces, todos los recovecos…daba la serena impresión de un paseo cotidiano. Le pregunté en un momento dado quién le había enseñado todo aquello, y me contesta con toda la naturalidad del mundo: “Crecí aquí dentro. Estoy seguro de que si fuera a tu ciudad tú sabrías decirme donde está la escuela, el hospital o el estadio sin perderte, pero yo no sería capaz de encontrarlo. Pues para mí esta selva es lo mismo”. Cha-pó.

Interrumpimos el paseo al llegar al río, donde nos esperaba una canoa artesana, tallada de un árbol de verdad, qué delicia. 




Cruzamos la distancia que nos separaba de la otra orilla a ritmo de caña de bambú (era nuestro remo) hasta otra zona, todavía más cerrada de selva, donde subiríamos a un mirador. En la cumbre se alzò ante nosotros esta sobrecogedora escena:


Era el lugar perfecto para hacer el grito de la selva. Pero para mi sorpresa, me había quedado muda. En el momento en el que tuve esa posibilidad, me sentí de repente desprovista de derechos.  Mi voz simplemente se negó a acometer lo que racionalmente deseaba. Cómo podía pretender jugar a “la reina de la selva” cuando sentía que desconocía todos sus secretos, que era ajena a aquella naturaleza, insignificante ante ese árbol que llevaba viviendo 400 años sin que nadie lo haya perturbado jamás? 



Permanecí en silencio contemplando, inspirando la grandeza de aquel momento, en el que la palabra “respeto” cobró todo su sentido. Como cuando nadamos en mar abierto o caminamos por un gran desierto, he aprendido a que en estado de alerta es como los sentidos aprehenden más, cómo desde la precaución se admira, cómo la inmensidad absorbe a uno y lo invita a quedarse, pero a no confiarse demasiado. Esa combinación de instinto de supervivencia, esa necesidad humana de aguzar el oído, de afilar el olfato, de buscar con la mirada, es simplemente, sensacional. De aprender nuestra fragilidad, de lo maravilloso que es a veces, sentirse vulnerable.




Rafael, desde lo alto, nos contó su historia: había comprado el terreno en el que estábamos para cortar los árboles maderables, ya estaban incluso marcados con números rojos. Ni el estado, ni ninguna empresa, ni asociación parecía importarles tal destrucción. Entonces, alguien llegó a ver su pedazo de selva, se admiró como tantos otros de su belleza y decidió comprar un árbol. Sin embargo, no quería su materia, sino su conservación. Pagó por mantener aquel árbol con vida. Y le siguieron 5 personas más que hicieron lo mismo. Así que nuestro guía pasó de verdugo a cuidador. Sus palabras suenan sinceras cuando habla evitar que suceda a su alrededor lo que estuvo a punto de ejecutar. Ahora lucha por la conservación de su territorio, en medio de la gran incomprensión que lo rodea. Lo toman por demente, ya que lleva una vida humilde pudiendo enriquecerse dedicándose a la ganadería, lo que supondría arrasar, claro está, su prolífico terreno. 
Admiro su labor y espero que sus reservas Nantar y Nunkui continúen siendo el orgullo de sus dueños, que todo aquel que lo desee pueda ir a respirar, a vivir, a descubrir su flora y su fauna, como las diminutas ranitas que no superan el medio centímetro, las mantis, insectos palo, pájaros, mariposas de todos los tipos y formas: rojas, verdes, azules, con dibujos, con bigote…bueno, yo de éstas no vi, pero como tenían de todo tipo alguna supongo que ha de haber.


Cuando llegamos de vuelta a la comunidad, la simpática mujer de Rafael nos tenía preparada una comida típica asada en una hoja gigante, con yuca, arroz, pollo, palmito, tomate y cebolla llamado “Ayampaco” y para rehidratarnos, una jarrita de agua de hierbaluisa. Perfecto para reponer fuerzas para nuestro camino de vuelta a Macas.


 Me fui sin el autógrafo de Tarzán ni de Chita… pero me traje los pulmones renovados, la vista empapada de colores y la sensación de haber vivido una aventura trepidante, con muchas moralejas,  pero sobre todo REAL.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Leticia en el País de las Maravillas

  Si Lewis Carrol supiera que los aviones de LAN llegan a destino antes que los conejos apresurados, seguro que su historia hubiera sido diferente. Por eso yo os contaré la mía.

  Puede que sí sienta que aquí el tiempo corre distinto. Puede que como los elementos, en algunos lugares como occidente, el tiempo sea bien sólido. Sin embargo, aquí todo fluye, a su ritmo continúa la vida. Pienso que se ha derretido con el calorcito húmedo y constante sobre los 18°, o quizás se resbala por una nube velocísima de estas que llevan el letrero de “ocupado” y que tras un “agua va” sin previo aviso, relajada, de paso a un sol artista. Reflejos que redibujan la paleta de colores tan intensos que parecen pintados por un Gaudí natural.


  Elementos callejeros que hacen a uno sonreír y sentirse grande por dentro, sin falta de champiñones mágicos de los de mi amiga Alicia, como las piñatas para cumpleañeros, los perros apostados en los tejados (que no sabes cómo llegaron allí), la hospitalidad inconmensurable o los carritos de “sánduches” (NO sándwiches). Hasta las esculturas antiquísimas parecen  entender que aquí la vida se lleva con otra actitud:



De personas envueltas en coloridas prendas se pueden oír conversaciones indescifrablemente hermosas, lenguas con eco a selva, a montaña, a río…
  



 Voces que aconsejan bajo cualquier circunstancia, aunque estén errados y provocan que te pierdas. Ni me importa. Agradecidísima por la oportunidad de no encontrar el camino que inicialmente me marqué, acabo por encontrarme un poco más conmigo misma.

Un país donde todo puede pasar, realmente. Alguien sabría qué hacer si de repente se ve perseguido por Godzilla? O por un OVNI? No problem. Aquí desde luego que está todo bajo control ya que tienen habilitados puntos de seguridad para estos casos, como estos.
  
 



Y he encontrado algo extinto en España, las vacantes de trabajo!

  
  A diferencia de la novela, no disponen de la ceremonia del té para beber, sin embargo uno se vuelve como el sombrerero loco entre tantas opciones: jugos de babako, taxo, tamarindo, naranjilla, mora, sandía; la “biela” Pilsner, que efectivamente como se autodenomina es ecuatorianamente refrescante:



Además, el chocolatísssimo en cualquier textura y recipiente, con o sin leche, con o sin nubes, con o sin…queso? Sí, así lo tomamos aquí ;) Para acabar de confundirse uno, literalmente, falta mencionar a los alcoholes. De tan contundentemente sabrosos que resultan, no sabes si levantan el espíritu o se lo llevan garganta abajo: las puntas, la mistela (ojo, valencianos, NOTHING QUE VER), el canelazo de misteriosos poderes reconstituyentes al más puro estilo de Asterix y Obelix…



Y por supuesto, para los más clásicos siempre nos quedará una relaxing cup of café, con o sin leche ;D

Eso sí, a ratos me gustaría ser diminuta, para sentirme menos protagonista, menos visible y así no quebrar, por ejemplo, la alada orquesta sinfónica del jardín al salir a escuchar, o que mis huellas sobre los acolchados lechos de plantas fueran invisibles. Todo parece tener su sitio en este lugar, como una armonía impalpable, una razón que se esconde tras gigantes hojas de banano o en los diminutos picos de los colibríes. Algunas plantas parecen obra de alta costura, llegué a pensar si las arañas montarán talleres de corte y confección, o si con sus ocho patas serán las responsables de los trazos elegantes y delicados en las alas de las mariposas que, ignoro si presas de la vanidad o de la prisa de una vida fugaz, se exhiben a todas horas.



Sobre mi cama rosa de princesa Disney (con dosel anti-mosquitos), oigo la lluvia percutida en las paredes que me rodean. Pienso ese instante antes de caer dormida en ahí afuera, belleza salvaje  que sin embargo a cada momento resulta más inherente a mi humanidad, más profunda que cualquier cemento aglutinador de ciudades, que estafa a los sentidos y pinta el paisaje de gris.