viernes, 30 de marzo de 2018

Levantarse para cambiar el encuadre



              Porque el comienzo de toda línea tiene algo de retrospectivo y personal, desde entonces, las líneas se entrecruzan y se dilatan, hasta divergir, pellizcando.  Por eso, porque ya no es cosa “de mí”, porque la partida me ha hecho nunca regresar a ser la persona que escribía y adquirir plurales. Concisa, envejecida, con el alma enferma de un átomo de injusticias que pueblan el vacío sinsentido de la esfera plástica de lo occidental, solo parcialmente, porque desde los tronos y el pasaporte correcto no se vislumbra más. Monocorde, el hilo que descose manos a lo alto de los muros, mi discurso es furibundo y amarga, se repite, como los errores intencionados a la humanidad, como los cuentos que acaban bien y que acaban solo en cuentos, como la violencia de los estados que están por encima y a pesar de todo, sin vergüenza, sin derecho siguen ofreciendonos los reveses (y nosotras @callando). Será que la inventiva que solía andar cerca se ahogó, se cayó de una valla, migró a un lugar mejor, o al contrario que nosotras, está de huelga. Pues si ha de ser esto, que esto sea. Reivindicaciones que suman o que solo sirven para llenarme de ecos la cabeza. Lo que el singular pretérito se lleva, no me interesa, sino el futuro singular que nos espera, si, tras el deslumbrante, ruidoso y dorado hilo que maneja descubrimos que la llave está ya echada desde fuera.