Quisiera poder compartir lo que se siente al caminar por un campo de
refugiados completamente desbordado de gente y vacío de recursos. Llevar mis
ojos hasta lo más hondo de caras magnéticas, magníficas, desesperadas.
Explicar que la humanidad no muere aquí porque la humanidad lo es todo: lo
bueno y lo peor. Las lentes que vienen, capturan, despojan el sufrimiento
intimista y lo interpretan en lenguas de babel. Pero recordad que solo es papel.
Desde la otra cara, papel es sinonimia de poder: billetes, documentos, la ley.
Y nadie los ha podido romper.
Describir miradas que se vuelven de barro y sonrisas de hielo, impunidad
del chaleco, estandarte de borregos. Es difícil soñar cuando la lluvia empapa
la salud de tanta gente. Los pequeños tosen los juegos del hambre. Resquicios
de dignidad se mecen entre alambres, en protestas de cartón, en conversaciones
punzantes.
Vergonzosa bienvenida. Me he sentido culpable por mi buena suerte, nacionalidad
y genes; Europa en sombra de privilegios no compartidos, si bien nadie somos
libres, hay “nadies” bien más vívidos. ¡Haram!

Es complicado hablar con este piano de letras sin palabras que afinen
demasiado. Es una oda a los refugiados, sonata a los ilegalizados y un réquiem a
la política Europea.
Hoy soy útil como nunca lo había sido. He venido a colorear un vacío. Ayudadnos.
Ayudaos.
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